viernes, 23 de abril de 2010

Cuando el objeto suplanta al sujeto

"La sociedad de consumo no consume cosas...consume hombres" (Emir Silva, poeta argentino)

El mercado de consumo trabaja con la paciencia supina de la araña, y sin darnos cuenta, vivimos cada día más enredados en esa telaraña que este mercado narcotizante y sodomizador nos obliga a “necesitar” para vivir.


Esta mayor dependencia agitada por la velocidad de los medios de comunicación, nos invade por todos lados, bombardeándonos con productos sin los cuales nos quieren hacen creer que nuestra vida sería similar a la de un paramecio.
Y de a poco, sin sentirlo, nos vamos acostumbrando a convivir con millones de artefactos, objetos y accesorios que nos “venden” como fundamentales , nos vamos subordinando a este ejército de obediencias debidas y nos vamos masificando hasta convertirnos en una sola persona que come, trabaja, duerme, y hasta copula de la misma y uniforme manera, como nos dicta el “dios” oligopólico de los mercados.

Otro ladrillo en la pared...

El insostenible exceso de consumo compulsivo, es indudablemente la principal causa de destrucción masiva del mundo, provocando contaminación del medio ambiente con la inmensa cantidad de envases, pilas, residuos y plásticos desechados, inventando adicciones y saturando los recursos en forma alarmante. Sin contar los efectos que ya ha estudiado la medicina que produce en la cotidiana vida del hombre. Este consumismo compulsivo, esta devoción por las cosas prescindibles es una forma de baja autoestima... ¿vio que cuando más mal estamos más necesidad de consumir tenemos?... Como si comprar algo nos calmara. Según estos estudios, ese tipo de materialismo salvaje es producido por cierto vacío interior que nos lleva a tapar la angustia comprando aún lo que sabemos que no integra nuestras necesidades básicas ni nuestro alimento espiritual. Y en lugar de ser lo que somos, somos lo que tenemos, o sea, “nada”, convirtiéndonos solo en una parte más del engranaje inhumano de la modernidad.
Leí el otro día: el “compro luego existo” ha suplido el “pienso luego existo”. El enamoramiento por las modas no es más que otra pensada droga que nos inoculan los dueños de esta carrera hacia lo material. En la que todos, pero todos en mayor o menor medida somos parte -a sabiendas o no- que no hay llegada ni recompensa alguna, sólo la insatisfacción constante que provocan ex profeso, para que vivamos pendientes de necesidades que ni son básicas ni imprescindibles. Esta compulsión al derroche, a la acumulación , a la apropiación y a lo superfluo nos lleva vacios al final del juego.
Tanto consumir cosas que no precisamos cuando hay millones que no tienen ni para vivir se convierte entonces, en la gran trampa de las sociedades hiperconsumistas.


La risa, remedio infalible...

Y entonces nos damos cuenta un día de ¿Por qué tenemos 25 juegos de platos que jamás usaremos?, ¿Por qué hicimos cursos de hasta cómo peinar el gato? ¿los tomos de cómo ser rico en una semana que todavía estamos pagando? ¿esa almohada ergométrica que nos salió más cara que un asado para 45 personas?, esas costosas clases de jenga, esas fundas térmicas para los asientos del auto que nunca usaremos, esas decoraciones que compramos y jamás pondríamos, ese licor intomable que yace en el fondo del armario y que venció en el año 64 con la leyenda “recuerdo de..:”, los hamster que se cansaron de dar vueltas en la rueda y se terminaron muriendo de gentefobia, ni hablar de los «Tamagotchi», ni de las pavas que chiflan tango solas, televisores hasta en el baño, guantes con calefacción, esa lenceria erótica taiwanesa que ahora duerme en el fondo del cajón al lado de los pañuelos bordados por la abuela, las chalinas, el deshabillé y los soquetes de lana con el logo de Mambrú!!
Ni qué hablar del pastillerío!!! cajones y más cajones repletos de grageas para dormir, para despertarse, para orinar, para la memoria, para no recordar tanto, para adelgazar y muchas más para que nuestra mujer se ría un poco menos de nuestra performance.
Y sí… somos esclavos de esta catarata infernal de “llame ya” para ser felices, que nos pasamos la vida endeudados en cuotas para vivir en minicuotas.
Y a pesar de mi pluma exagerada- ¿no es verdad que todos hemos sido víctimas de esta moderna sumisión de creer que debemos vivir de acuerdo a como nos obligan estos paladines de lo políticamente correcto?. ¿Acaso estos imperios no necesitan convencernos que sólo consumiendo taparemos la angustia de saber que tenemos fecha de vencimiento? Lo más desechable de una sociedad de consumo es la gente que la consume, los producción siempre va a persistir mientras exista un hombre a quien hacerle creer hasta las bondades de una manzana, aún cuando el vendedor tenga forma de serpiente.
Estamos condenados a gastar, a usar, a deglutir este “maná” moderno, estamos –como decía Pink Floyd- en la pared, como otros ladrillos huecos más.
Advierto que no estoy en contra del consumo racional y responsable, que como todo progreso bien usado, es creador de empleos, confort, disfrute y otras yerbas. Aclaro esto porque nunca falta el que lee sólo lo que su culpa le dicta y me puede tratar de ingenuo y boludoide, cosa que asumo, pero. .. una cosa es hablar de mejorar la calidad de vida y otra de ser partícipes de su destrucción, ¿no?

Una, una pila de vida...

Pero como es inevitable esta decadencia humana, por lo menos si nos damos cuenta nos divertimos un poco. La suegra de un amigo mío –ávida consumista- tiene 3 perros de yeso en el jardín al lado de los gnomos pintados con acrílico, una cama de agua bendita, una bicicleta fija en cada pieza (dos con marcha atrás), medio centenar de libros de autoayuda, crema facial hecha con lodo de cuero del zorro, un antifaz para dormir y otro para cuando esta con el amante, una enagua con la cara de Sergio Denis y por si fuera poco un jardinero al que le enseñó frases en inglés para no olvidar jamás sus ardientes viajes a Jamaica y sus ardientes nativos!!!

Créditos

Yo me di cuenta que había caído en la trampa un día que me encontré luchando con un cepillo eléctrico que no funcionaba y que resultó ser algo parecido que quitó fuera de sí mi hermana de mis manos. Y hoy día vivo pidiendo créditos para pagar otros créditos. Mientras desayuno comida macrobiótica con speed, escucho en mis I phones los geniales rimas de Arjona, envestido en mis nuevas calzas flúo, llamo con mi bluetooth manos libres a mi mecánico mental, prendo el LCD 92" para ver “consumiendo por un sueño” llamo luego al delivery para que me traiga un felfort sin calorías, luego ato el dogo importado al lado de la cerca con alarma de 12.000 voltios, dejo prendido el riego por aspersión, cierro el motor de la piscina de agua corriente, cargo mi cuarta notebook última generación, me pongo el entretejido y mientras cuelgo mis “lentes” tridimensionales en el cuello de mi camisa de seda italiana, enfilo despacio a mi descapotable serie única, no sin antes pasar por mi dormitorio en donde mi mujer sigue practicando un nuevo tipo de gimnasia con nuestro exclusivo personal trainer!!!

Últimas imágenes del naufragio


“Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes. Necesita suministrar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra y anestesiar los dolores asociados a la clase, la raza y el sexo.”
Susan Sontag (E.E.U.U., 1933-2004)
En fin, no pontifiquemos después en diarios, programas y revistas sobre lo malo del “consumo extremo” cuando todo, pero todo guía a nuestros hijos a esta cultura dependiente, en donde para ser «feliz» tenés que tener y poseer.
Leía que los 20 países más ricos del mundo han consumido en este siglo más materia prima y recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo de su historia y prehistoria.
La marginalidad, la discriminación y la inseguridad son frutos pútridos de esta siembra feroz.
Las grandes enfermedades de estos últimos centenios como la obesidad, la narcodependencia, el workholismo, y decenas de otras tantas patologías, son producidas por el estrabismo creciente con el que el mundo nos obliga a mirar el futuro cada vez más extraviado.

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