"El hombre en su evolución incorpora nuevos conocimientos, pero jamás abandona sus ritos"
¿Quién nos transmitió que cruzar los dedos aleja los malos espíritus? La pata de liebre que contrarresta -según tradiciones medievales- las noches en que las brujas se convertían en liebres para sorber los pechos de las mujeres que habían dado a luz. Seguramente lo de levantarse con el pie derecho obedece a la dictadura de los diestros que son mayoría y consideraban al zurdo –como algunas conductoras de televisión- como algo perverso.
Desde los druiadas y galenos de la antigüedad, la madera siempre fue fuente medicinal, aunque también en la grey cristiana se lo atribuye a la cruz de madera de cristo, ”tocar madera” entonces, es aferrarse a la tabla de salvación espiritual ante el peligro inminente del mal.
Y así podemos seguir con las herraduras, la sal desparramada, la positividad de algunos colores y por el contrario la necesidad de evitar gatos negros, de pasar bajo escaleras, y ni hablar del viernes 13, número fatídico si los hay que debe su fama al día de la muerte de varios semidioses, a Jesús (murió un viernes para colmo) y también el número de los apóstoles antes del final anunciado por un «cleto» de aquella época.
Entonces uno se pregunta porque el hombre desde su génesis lleva internalizado en mayor o menor medida el apego a las cábalas, a ritos y supersticiones y a las costumbres que aunque ninguneadas por lo bajo. seguimos usando porque, no creemos en brujas¡pero que las hay, las hay!
Cruzar los dedos!
A pesar de la velocidad de los cambios, de la prepotencia de los nuevos tiempos, poco han cambiado en nuestras costumbres los temores, los reaseguros cabuleros, la indefensión ante lo desconocido y la caterva de recursos que utilizamos para luchar contra las energías negativas que nos acompañan desde el principio mismo, seamos sinceros, ¿quién no tocó madera alguna vez u otra zona febril ante la presencia de energía negativa?, quién no pensó : “si sucede algo en pocos minutos será un mensaje y señal buena ante algún temor que nos apremia”. Prender velas, la oración a santos, la devoción a los milagros, la aprehensión a los ritos y creencias que nos ayudan como una armadura a enfrentar con mayor enjundia y ánimo la inminencia de una batalla desigual.
Lo increíble es que esta particularidad nos iguala a todos los humanos, sean de la religión o raza o cultura que sean. Todas pero todas tienen sus cábalas, sus pócimas y conjuros y sus miles de maneras de auyentar los demonios que insisten advertidos de nuestra innata fragilidad. Los brahanes e hindúes en la búsqueda de la reencarnación, los budistas viajando hacia dentro de sí mismos, el islamismo, el judaísmo y el cristianismo confluyendo en la virtud de las acciones a través del dogma con reglas a seguir para llegar a Dios.
Los ritos y ceremonias de los pueblos indígenas en su adoración a la tierra y a lo natural, el candomblé africano para espantar el mal con sus macumbas, orixas, umbandas, vudúes y santerías. Algunas más apegadas a su fe primaria, otras cercanas al sincretismo, al fusionarlas con la fe de los nuevos mundos.
Más allá de fe, que de eso de tratan las cábalas, éstas difieren solamente en la forma, el estilo en que cada cultura aleja el mal a través de plumas, saumerios, inciensos, rezos y sacrificios, o la “promesa” de que si se cumple lo pedido ofreceremos algo que en verdad nos cueste ofrendar.
Por eso, a pesar de que fingimos racionalidad, sabemos que internamente la mayoría aún lleva dentro de si ese submundo de creencias y tradiciones que no quiere gritar a viva voz porque parecería que es poco culto sabernos místicos y supersticiosos.
Ave de buen agüero
Esta nota nació para sintetizar un pedido de Sara, una asidua lectora de mis notas y yo le sumo un homenaje a Ana, creadora de la lechuza en este mismo diario, ya que si hay animal que rige la superstición ése es el buho o lechuza. Desde las pinturas rupestres siendo uno de los pocos animales que aparecen, a la Grecia antigua en que era uno de los símbolos de la diosa Palas Atenea (Minerva) diosa de la sabiduría y la inteligencia pues había nacido del cerebro de Zeus y con sus ojos profundos –como la lechuza- le era más fácil por más oscura que fuera, ver la verdad. También babilonios y egipcios lo usaban para proteger embarazos y partos, los hindúes como símbolo de espiritualidad cósmica y muchas culturas le ofrendaban como símbolo del conocimiento, los mayas en su horóscopo, señalan a la lechuza como factor espiritual y sensible, aunque también tiene en muchas otras culturas un significado más oscuro y tenebroso siempre asociado a la muerte «Reconozco el batir de las alas, sonido temeroso.» escribía el poeta Virgilio en su Eneida.
Sin embargo en su parte pristina, la lechuza como amuleto de hogares trae beneficios de protección y mejoras económicas, la tradición dice que hay que ir comprando diferentes adornos «lechuziformes» para progresar en ese mismo bienestar.
Yo tengo fe... que todo cambiará
Y en nuestro país somos evidentemente cabuleros. Basta ver los deportistas en una retahíla de persignaciones y pasos en falso para no entrar al terreno con el pie cambiado, los brazos al cielo en cada gol, como si el contrario no tuviera la misma protección divina no?, la afición a los burros y su frondosa “martingalas” tangueras, la devoción a la curandería que nos ha salvado de pasmos, empachos y verrugas, la lectura de manos, horóscopos y cartomancias, ídolos convertidos en santos, San Pugliese velando por los músicos, los actores y el deseo estercolero debido a que en teatros de antaño cuanto más carruajes, más gente y cuando más caballos más éxito o sea más “merde”... y estampistas y plata bajo el plato de ñoquis y 12 uvas en año nuevo y los “cuernitos” al mal agüero, y amuletos y tréboles y espigas... esmorfias y talismanes, o levantar a la novia (o novio) camino al lecho nupcial.
Entonces más allá de los fundamentos científicos que rechazan este universo cabulero, la gente sigue practicando –aún en sombras- su pagana forma de sobrellevar los miedos, la angustia, como un mecanismo de defensa ante la adversidad, cosa que no veo mal, cada cual lucha contra los molinos de viento de la vida con las armas que mejor le sirven, de eso se tratan las creencias, de eso se tratan las religiones, de eso se trata la lucha cotidiana ante lo enigmático de la existencia, ”hay que creer o reventar» es el dicho, o como dijo aquel parroquiano en una frase que quedó marcada a fuego en la historia de nuestra ciudad, al ser interrogado cuando iba caminando en medio de una procesión, el susodicho contestó efusivo: “y... en algo hay que creer me c... en Dios” provocando la risa incontenible de los presentes.
PD: mire si será un ave de buenos presagios que Tres Llantas, a pesar de ser un equipo humilde, equiparaba el juego gracias a los goles caídos del cielo del gran delantero local, “lechuza” Campos. Vaya a él también entonces este humilde homenaje.
Jorge "Aleman" Azpiroz.
Músico y escritor.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Un pequeño homenaje al gran Ricardo Vilca
Plegaria para el rey mago de las nubes
El asado ya había sido... Marcelo, Abel, Ana y otros organizadores salieron disparados para seguir tapando los miles de agujeros que se abren cuando se organiza algo tan anaeróbico a puro pulmón, decenas de músicos, artesanos, historiadores habían llegado de todos lados del país para desparramar su música, su arte, su ternura.
Traer en un fin de semana parte de la cultura del norte argentino no fue cosa fácil, las distancias, los tiempos, los albergues, el escenario, en fin, la cuestión es que a la noche en el teatro saldrían los sikuris, las quenas, los bailecitos, las coplas, las cajas chirleras a despertar el teatro de emociones encontradas.
Me tocó quedarme en medio de la quinta al rescoldo del fuego moribundo, entre los vasos ya poseídos por los queribles demonios de la amistad y el regocijo. Me tocó quedarme decía, porque debía esperar la llegada del maestro, Ricardo Vilca.
Tarde pero llegó, bajó –después de interminables horas de viaje- con toda la humildad del mundo entre sus ojos, con toda la educada timidez del norte entre sus manos y se sentó junto a sus músicos a beber bajo los árboles el tiempo del encuentro. Yo volví a beber porque la situación lo requería (siempre es fiesta cuando hay almas que valen la pena) y entonces con el asado ya tibio, casi frío, con el vino conversando entre las bocas, pude conocer a Don Ricardo Vilca y sus músicos, José Toconás y su charango y el “chato” González con su bolsa llena de sikus y zamponias.
Y ahí nomás supe que a la noche cuando en la velada ardan las velas de los acordes y rasguidos, viviría algo que habitaría eterno dentro de mi corazón... Vilca traía como un pequeño mundo, sufrido, amable, generoso como si fuera parte de su vestuario y traía además ese espejo verdadero que nos muestra lo mejor de nosotros mismos. Entonces uno crece, uno vive y respira vida y festeja –aún hoy- haber conocido al rey mago de las nubes y haber compartido la ternura inmanente de su cara de América malquerida.
Ellos tienen el sol
Cuando subió al escenario, como nadie lo conocía, provocó miradas encontradas, algunas al borde del precipicio del prejuicio. Estamos hablando de hace 15 años, después Divididos y sobre todo León Gieco lo harían crecer en popularidad entre sus pares, aunque como ya he escrito varias veces, jamás pude entender como Vilca no es más conocido. Se ve que muchos medios en vez de perseguir belleza prefieren apostar al desatino de la persistencia en el error de ver el vaso siempre medio vacío. Vilca tenía casi siempre el vaso medio vacío pero el alma la tenía siempre llena, rebosante, preparada para dar, para ofrendar, para el vital sacrificio del artista que sufre y ama y se emociona cuando la emoción nos emociona a todos, como debe ser, como siempre repito, músicos hay muchos, artistas hay pocos. Vilca era, es y será todo eso que cualquiera que cree en la obra, en el arte, en el compromiso de la cultura, debemos sostener a ultranza, Vilca era auténtico como el paisaje de su tierra, y transmitía –transparente- esa autenticidad.
Al rato de empezar yo miraba entre las butacas los rostros impávidos, absortos, el asombro de la gente que presentía y advertía que estaba en medio de una ceremonia mágica y vital. Era increíble ver como en esta especie de misa pagana, el silencio se volvía carne en cada carne, cuerpo en cada cuerpo y la alegría júbilo en cada canción.
Majada de sueños
A la medianoche se subieron de nuevo al auto desvencijado para volver al norte, a Jujuy. Don Ricardo seguía hablando bajito, nos abrazaba con la sinceridad del que no tiene que venderle nada a nadie, nosotros intuímos en ese momento que Ricardo, sus músicos y ese aire cálido del norte se nos iba a quedar a vivir alrededor de nuestros corazones. Cuando uno conoce gente de este tamaño humano inevitablemente -¡gracias a Pachamama! se vuelve más humano. Por eso comparto con los lectores esta emoción imborrable, este canto al canto verdadero, porque, concordemos que entre tanta vida chatarra, descartable, entre tanta mentira organizada como diría el Armando, entre tanta retahíla de hipocresía, de superficialismos, entre tantos que nos quieren hacer creer que es mejor la «nada» aunque brille y el olvido a los olvidados, en estas épocas en donde tenemos que escuchar pobres ricos hablando de ricos pobres, que mejor –como contrapeso- que la “risaniña”, que mejor que el abrazo compadre, el vino amigo, que mejor que la música del alma de Vilca. Él nos trajo la verdadera riqueza, aún en su vida repleta de años de indigencias, nos trajo el mejor de los tesoros, el de la mano compartida y ofrendada sin intereses ni doblez, sólo así, ¡simple!, con la bondad latiendo entre sus dedos, esos mismos dedos rajados por la dureza del destino, cobrizos como el oro del tiempo, apretando eternos en su eterna utopía, las manos de los que todavía queremos aprender a ser mejores personas escuchando atentos los sonidos del corazón y aprendiendo –de una vez por todas- a ver a la gente solamente con los ojos del alma.
PD: Esta nota es una invocada invitación a que lo escuchen. En su simpleza se colaban complejas variaciones clásicas sin abandonar jamás -como un acullico- el amor a su tierra enredándose de por vida sobre el diapasón.
Maestro rural en los pequeños poblados del norte jujeño. Su música fue interpretada en el Teatro Colón por 500 musicos y hoy día hacemos fuerza para que los homenajes a su siembra, se sigan realizando por todo el país.
Trabajos recomendados: La Magia de mi Raza, Nuevo Día, Majada de Sueños y Sueños de mi Tierra.
El asado ya había sido... Marcelo, Abel, Ana y otros organizadores salieron disparados para seguir tapando los miles de agujeros que se abren cuando se organiza algo tan anaeróbico a puro pulmón, decenas de músicos, artesanos, historiadores habían llegado de todos lados del país para desparramar su música, su arte, su ternura.
Traer en un fin de semana parte de la cultura del norte argentino no fue cosa fácil, las distancias, los tiempos, los albergues, el escenario, en fin, la cuestión es que a la noche en el teatro saldrían los sikuris, las quenas, los bailecitos, las coplas, las cajas chirleras a despertar el teatro de emociones encontradas.
Me tocó quedarme en medio de la quinta al rescoldo del fuego moribundo, entre los vasos ya poseídos por los queribles demonios de la amistad y el regocijo. Me tocó quedarme decía, porque debía esperar la llegada del maestro, Ricardo Vilca.
Tarde pero llegó, bajó –después de interminables horas de viaje- con toda la humildad del mundo entre sus ojos, con toda la educada timidez del norte entre sus manos y se sentó junto a sus músicos a beber bajo los árboles el tiempo del encuentro. Yo volví a beber porque la situación lo requería (siempre es fiesta cuando hay almas que valen la pena) y entonces con el asado ya tibio, casi frío, con el vino conversando entre las bocas, pude conocer a Don Ricardo Vilca y sus músicos, José Toconás y su charango y el “chato” González con su bolsa llena de sikus y zamponias.
Y ahí nomás supe que a la noche cuando en la velada ardan las velas de los acordes y rasguidos, viviría algo que habitaría eterno dentro de mi corazón... Vilca traía como un pequeño mundo, sufrido, amable, generoso como si fuera parte de su vestuario y traía además ese espejo verdadero que nos muestra lo mejor de nosotros mismos. Entonces uno crece, uno vive y respira vida y festeja –aún hoy- haber conocido al rey mago de las nubes y haber compartido la ternura inmanente de su cara de América malquerida.
Ellos tienen el sol
Cuando subió al escenario, como nadie lo conocía, provocó miradas encontradas, algunas al borde del precipicio del prejuicio. Estamos hablando de hace 15 años, después Divididos y sobre todo León Gieco lo harían crecer en popularidad entre sus pares, aunque como ya he escrito varias veces, jamás pude entender como Vilca no es más conocido. Se ve que muchos medios en vez de perseguir belleza prefieren apostar al desatino de la persistencia en el error de ver el vaso siempre medio vacío. Vilca tenía casi siempre el vaso medio vacío pero el alma la tenía siempre llena, rebosante, preparada para dar, para ofrendar, para el vital sacrificio del artista que sufre y ama y se emociona cuando la emoción nos emociona a todos, como debe ser, como siempre repito, músicos hay muchos, artistas hay pocos. Vilca era, es y será todo eso que cualquiera que cree en la obra, en el arte, en el compromiso de la cultura, debemos sostener a ultranza, Vilca era auténtico como el paisaje de su tierra, y transmitía –transparente- esa autenticidad.
Al rato de empezar yo miraba entre las butacas los rostros impávidos, absortos, el asombro de la gente que presentía y advertía que estaba en medio de una ceremonia mágica y vital. Era increíble ver como en esta especie de misa pagana, el silencio se volvía carne en cada carne, cuerpo en cada cuerpo y la alegría júbilo en cada canción.
Majada de sueños
A la medianoche se subieron de nuevo al auto desvencijado para volver al norte, a Jujuy. Don Ricardo seguía hablando bajito, nos abrazaba con la sinceridad del que no tiene que venderle nada a nadie, nosotros intuímos en ese momento que Ricardo, sus músicos y ese aire cálido del norte se nos iba a quedar a vivir alrededor de nuestros corazones. Cuando uno conoce gente de este tamaño humano inevitablemente -¡gracias a Pachamama! se vuelve más humano. Por eso comparto con los lectores esta emoción imborrable, este canto al canto verdadero, porque, concordemos que entre tanta vida chatarra, descartable, entre tanta mentira organizada como diría el Armando, entre tanta retahíla de hipocresía, de superficialismos, entre tantos que nos quieren hacer creer que es mejor la «nada» aunque brille y el olvido a los olvidados, en estas épocas en donde tenemos que escuchar pobres ricos hablando de ricos pobres, que mejor –como contrapeso- que la “risaniña”, que mejor que el abrazo compadre, el vino amigo, que mejor que la música del alma de Vilca. Él nos trajo la verdadera riqueza, aún en su vida repleta de años de indigencias, nos trajo el mejor de los tesoros, el de la mano compartida y ofrendada sin intereses ni doblez, sólo así, ¡simple!, con la bondad latiendo entre sus dedos, esos mismos dedos rajados por la dureza del destino, cobrizos como el oro del tiempo, apretando eternos en su eterna utopía, las manos de los que todavía queremos aprender a ser mejores personas escuchando atentos los sonidos del corazón y aprendiendo –de una vez por todas- a ver a la gente solamente con los ojos del alma.
PD: Esta nota es una invocada invitación a que lo escuchen. En su simpleza se colaban complejas variaciones clásicas sin abandonar jamás -como un acullico- el amor a su tierra enredándose de por vida sobre el diapasón.
Maestro rural en los pequeños poblados del norte jujeño. Su música fue interpretada en el Teatro Colón por 500 musicos y hoy día hacemos fuerza para que los homenajes a su siembra, se sigan realizando por todo el país.
Trabajos recomendados: La Magia de mi Raza, Nuevo Día, Majada de Sueños y Sueños de mi Tierra.
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