Plegaria para el rey mago de las nubes
El asado ya había sido... Marcelo, Abel, Ana y otros organizadores salieron disparados para seguir tapando los miles de agujeros que se abren cuando se organiza algo tan anaeróbico a puro pulmón, decenas de músicos, artesanos, historiadores habían llegado de todos lados del país para desparramar su música, su arte, su ternura.
Traer en un fin de semana parte de la cultura del norte argentino no fue cosa fácil, las distancias, los tiempos, los albergues, el escenario, en fin, la cuestión es que a la noche en el teatro saldrían los sikuris, las quenas, los bailecitos, las coplas, las cajas chirleras a despertar el teatro de emociones encontradas.
Me tocó quedarme en medio de la quinta al rescoldo del fuego moribundo, entre los vasos ya poseídos por los queribles demonios de la amistad y el regocijo. Me tocó quedarme decía, porque debía esperar la llegada del maestro, Ricardo Vilca.
Tarde pero llegó, bajó –después de interminables horas de viaje- con toda la humildad del mundo entre sus ojos, con toda la educada timidez del norte entre sus manos y se sentó junto a sus músicos a beber bajo los árboles el tiempo del encuentro. Yo volví a beber porque la situación lo requería (siempre es fiesta cuando hay almas que valen la pena) y entonces con el asado ya tibio, casi frío, con el vino conversando entre las bocas, pude conocer a Don Ricardo Vilca y sus músicos, José Toconás y su charango y el “chato” González con su bolsa llena de sikus y zamponias.
Y ahí nomás supe que a la noche cuando en la velada ardan las velas de los acordes y rasguidos, viviría algo que habitaría eterno dentro de mi corazón... Vilca traía como un pequeño mundo, sufrido, amable, generoso como si fuera parte de su vestuario y traía además ese espejo verdadero que nos muestra lo mejor de nosotros mismos. Entonces uno crece, uno vive y respira vida y festeja –aún hoy- haber conocido al rey mago de las nubes y haber compartido la ternura inmanente de su cara de América malquerida.
Ellos tienen el sol
Cuando subió al escenario, como nadie lo conocía, provocó miradas encontradas, algunas al borde del precipicio del prejuicio. Estamos hablando de hace 15 años, después Divididos y sobre todo León Gieco lo harían crecer en popularidad entre sus pares, aunque como ya he escrito varias veces, jamás pude entender como Vilca no es más conocido. Se ve que muchos medios en vez de perseguir belleza prefieren apostar al desatino de la persistencia en el error de ver el vaso siempre medio vacío. Vilca tenía casi siempre el vaso medio vacío pero el alma la tenía siempre llena, rebosante, preparada para dar, para ofrendar, para el vital sacrificio del artista que sufre y ama y se emociona cuando la emoción nos emociona a todos, como debe ser, como siempre repito, músicos hay muchos, artistas hay pocos. Vilca era, es y será todo eso que cualquiera que cree en la obra, en el arte, en el compromiso de la cultura, debemos sostener a ultranza, Vilca era auténtico como el paisaje de su tierra, y transmitía –transparente- esa autenticidad.
Al rato de empezar yo miraba entre las butacas los rostros impávidos, absortos, el asombro de la gente que presentía y advertía que estaba en medio de una ceremonia mágica y vital. Era increíble ver como en esta especie de misa pagana, el silencio se volvía carne en cada carne, cuerpo en cada cuerpo y la alegría júbilo en cada canción.
Majada de sueños
A la medianoche se subieron de nuevo al auto desvencijado para volver al norte, a Jujuy. Don Ricardo seguía hablando bajito, nos abrazaba con la sinceridad del que no tiene que venderle nada a nadie, nosotros intuímos en ese momento que Ricardo, sus músicos y ese aire cálido del norte se nos iba a quedar a vivir alrededor de nuestros corazones. Cuando uno conoce gente de este tamaño humano inevitablemente -¡gracias a Pachamama! se vuelve más humano. Por eso comparto con los lectores esta emoción imborrable, este canto al canto verdadero, porque, concordemos que entre tanta vida chatarra, descartable, entre tanta mentira organizada como diría el Armando, entre tanta retahíla de hipocresía, de superficialismos, entre tantos que nos quieren hacer creer que es mejor la «nada» aunque brille y el olvido a los olvidados, en estas épocas en donde tenemos que escuchar pobres ricos hablando de ricos pobres, que mejor –como contrapeso- que la “risaniña”, que mejor que el abrazo compadre, el vino amigo, que mejor que la música del alma de Vilca. Él nos trajo la verdadera riqueza, aún en su vida repleta de años de indigencias, nos trajo el mejor de los tesoros, el de la mano compartida y ofrendada sin intereses ni doblez, sólo así, ¡simple!, con la bondad latiendo entre sus dedos, esos mismos dedos rajados por la dureza del destino, cobrizos como el oro del tiempo, apretando eternos en su eterna utopía, las manos de los que todavía queremos aprender a ser mejores personas escuchando atentos los sonidos del corazón y aprendiendo –de una vez por todas- a ver a la gente solamente con los ojos del alma.
PD: Esta nota es una invocada invitación a que lo escuchen. En su simpleza se colaban complejas variaciones clásicas sin abandonar jamás -como un acullico- el amor a su tierra enredándose de por vida sobre el diapasón.
Maestro rural en los pequeños poblados del norte jujeño. Su música fue interpretada en el Teatro Colón por 500 musicos y hoy día hacemos fuerza para que los homenajes a su siembra, se sigan realizando por todo el país.
Trabajos recomendados: La Magia de mi Raza, Nuevo Día, Majada de Sueños y Sueños de mi Tierra.
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